Prólogo: Esta es una historia un tanto cruel. De cierta forma la recuerdo con humor mas que con remordimiento, sin embargo espero no haberle provocado problemas al protagonista de esta historia en su vida actual. Algunos lo han visto y dicen que está bien. Eramos niños y los niños son crueles. Bueno, la verdad es que en gran parte de la historia ya no eramos tan niños, pero muchas veces, nos dejábamos llevar por la tan famosa tontera colectiva. De todas formas discúlpanos Migue.
Cuando era pequeño y comenzaba el año 1988, yo tenía 7 años y pasaba a segundo año básico en el Colegio San Juan de la Cruz(que ahora se llama Santo Domingo de Guzmán pero ese es otro cuento)
El asunto es que en segundo básico ya había un niño. Me refiero a que aquel niño ya había cursado el 2ºbásico, era un niño repitente. Este niño tenía 8 años, todo un año mayor que yo.
Su nombre era Miguel Ángel Gimeno. Migue, como le decíamos, era el mayor de 11 o 12 hermanos(me refiero a que con el correr de los años sus padres fueron unos conejos). Migue era un niño perverso.
Por esos años, en el colegio teníamos mesas azules rectangulares
bien grandes en las que cabían unos 6 o 7 niños.
Yo estaba sentado en la misma mesa que él, pero del otro lado,
justo frente a él. Me acuerdo de varios de mis compañeros, pero al recordar esta época, se me vienen a la mente el Migue, el Nicolás Valles, el Chico Arriagada, mi primo el pelao y el Galo Gambi.
La cosa es que el Migue era el grande, el abusador.
Practicaba el bullying con nosotros.
Nos daba de patadas por debajo de la mesa y nos miraba con esa cara de demonio que solía personificar. Migue no era un niño normal, por lo menos no lo era en un 100%.
Cuando lo acusábamos a la tía, el decía que era todo una mentira, un juego o una broma. Broma que a nosotros(digo nosotros por que a mis amigos también les atizaba con sus sendos zapatos)no nos hacia ni la mas mínima gracia. La cosa es que el odio se fue gestando en nosotros y pensábamos recurrentemente en la venganza. No se si pensábamos realmente en vengarnos, pero este tal Migue no nos caía bien.
Los años pasaban y Migue seguía siendo nuestro compañero, pero las cosas iban cambiando paulatinamente. Tercero, cuarto y quinto básico y Migue ya no era el mismo. El proceso de crecimiento se había acelerado en nosotros(bueno no en todos porque igual el chico es el chico) mas que en Migue, lo que le daba una perspectiva distinta a las cosas. Migue pasó de ser el abusador a ser el abusado. Le dábamos de cachetadas. Lo abofeteabamos sin mediar mayor conversación, sin tener algún motivo especial, mas que recordar el pasado.
Con el paso del tiempo nos fuimos transformando en adolescentes, mas las cosas para Migue no mejoraban. Llegaban nuevos compañeros que se iban sumando a las golpizas rutinarias que a Migue le propinábamos. A veces a mi me daba pena, pero si le dabas la mano, él te tomaba el codo, entonces debías atizarle una buena cachetada o un par de ellas o si no intentaba tomar el control y comenzaba a él molestarte a ti. Entonces, como les decía y les reitero lo mejor era golpearlo, no fuerte, pero si con la intención de enseñarle quien era el jefe.
Corría el año 1997, si mal no recuerdo, y al curso se sumaban nuevos compañeros. Entre ellos Pablo Sanhueza y Pablo Salvo. Anteriormente ya se había sumado a las filas otros amigos, claro que no todos al mismo tiempo. Entre ellos estaban Felipe Obaid, Alberto Duarte, Juan Andrés Covarrubias y Cristián Bahanmondes con quienes yo logré hacer buenas relaciones de amistad y con los que golpeábamos a Migue.
Alberto llegaba por las mañanas preguntando por Migue con la pura intención de abofetearlo, de descargar su ira. Era algo bien cómico, aunque ahora lo veo como algo aweonao.
Ellos no habían pasado por los martirios que Migue nos hacía pasar, pero de todas formas le golpeaban.
Volviendo al año 97, como les contaba, ingresaban al curso dos buenos amigos. A Pablo Salvo le daba un poco de pena el Migue, aunque también le daba rabia y algunas veces le golpeaba. Cuando digo golpeaba me refiero a cachetaditas, nadie lo golpeaba realmente fuerte. La cosa es que Pablo Sanhueza se incorporó espléndidamente al igual que los otros compañeros. Éramos un curso bien amistoso. A él no le parecía muy bien que golpeáramos a Migue aunque le causaba gracia, entonces se creó un juego bastante entretenido. Pablo era el guardián de Migue, entonces a modo de juego, quien quería golpearle debía consultarlo con él. A veces te daba la autorización a darle solo dos golpes. Otras veces ni uno. Si tu te excedías en los golpes Pablo intervenía y paraba el acoso. Otras veces Migue se ponía violento y era su mismo guardían quien lo tranquilizaba a punta de bofetadas. Era algo realmente gracioso, también un poco cruel. A veces Migue llegaba con su cara de diablillo y te decía: Hola aweonadito, con esa cara de diablillo que a veces ponía y uno no hacia mas que mirarlo decir que se las estaba buscando y luego, acto seguido, atizarle con ganas una buena patada en la raja o una buena bofetada. A veces pienso que era masoquista y disfrutaba de nuestras agresiones.
Recuerdo un invierno en el que Migue deseaba prender la estufa a gas. Galo insistía en que mejor la prendía él mismo, pero Migue era obstinado. Entonces Galo de buena fe, accedió a que Migue lo intentara. Era sencillo. Galo daba el gas, Migue prendía el fósforo lo acercaba y listo. No tenía mucha ciencia el asunto, pero cuando el gas ya estaba dado, Migue tenía problemas con las cerillas.
Quebraba una que otra y Galo por supuesto seguía con el gas dado. La cosa es que Galo conversaba tranquilo sin percatarse de que Migue tenía problemas. Cuando Migue logró encender el fosforillo ya era un poco tarde y la estufa hizo una pequeña explosión y como resultado, Migue quedó sin pestañas, con unas pequeñas cejas rostizadas y su buena chamuscaba de pelo, ese pelo color miel que tenía.
Migue tenía una cara peculiar.
A eso de tercero medio, Migue abandonó el colegio para partir a Curicó. De todas maneras asistió a nuestra fiesta de graduación o eso creo, ya que era alguien querido en el curso. Asistíamos todos a sus cumpleaños y cuando alguien de otro curso osaba molestarle, todos lo defendíamos. Lo de maltratarle era una tarea exclusivamente nuestra.